Resistir y luchar por la humanidad y contra el neoliberalismo
Discurso dado por el Subcomandante Marcos en el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo. La Realidad, Planeta Tierra, 3 de agosto de 1996.
Hermanos y hermanas de todo el mundo. Bienvenidos a La Realidad Zapatista. Por mi voz habla la voz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Bienvenidos a este territorio en lucha por la humanidad y en rebeldía contra el neoliberalismo. Bienvenidos todos los hombres, mujeres, niños y ancianos de los cinco continentes que han respondido a la invitación de los indígenas zapatistas para buscar esperanza por la humanidad y contra el neoliberalismo.
Cuando este sueño que hoy despierta en La Realidad empezó a ser soñado por nosotros, pensamos que sería un fracaso. Pensamos que, tal vez, podríamos reunir aquí algunas decenas de personas de unos cuantos países. Como siempre, nos equivocamos. No fueron algunas decenas, sino miles de seres humanos los que, desde los cinco continentes, vinieron a encontrarse en la realidad de finales del siglo XX. La loca locura de una convocatoria a los cinco continentes para reflexionar críticamente sobre nuestro pasado, presente y futuro encontró que no estaba sola en su delirio y, pronto, locuras de todo el planeta empezaron a traer el sueño a reposar en La Realidad, a lavarlo en el lodo, a crecerlo bajo la lluvia, a hablarlo con el otro, a irlo dibujando, dándole forma y cuerpo.
Hoy podemos decir que tenemos cuando menos una certeza. Un sueño soñado en los cinco continentes puede llegar a hacerse realidad en La Realidad. ¿Quién podrá ahora decirnos que el soñar es hermoso pero inútil? ¿Quién podrá ahora argumentar que los sueños, por muchos que sean los soñadores, no pueden hacerse realidad?¿Qué pasa con las gentes de estos cinco continentes que sólo se encontraban para hacerse la guerra o para competir? Que hablen los cinco continentes y que todos escuchen. Que la humanidad suspenda un momento su silencio de vergüenza y angustia. Que hable la humanidad.
En el mundo de los que en el poder viven y por el poder matan, no cabe el ser humano. No hay espacio para la esperanza, para el mañana. Esclavitud o muerte es la alternativa que el mundo de ellos ofrece a todos los mundos. El mundo del dinero gobierna desde las bolsas de valores. Ya no es necesario el trabajo para producir riqueza, ahora sólo se necesita la especulación, la principal fuente de enriquecimiento y, al mismo tiempo, la mejor muestra de atrofia de la capacidad de trabajo del ser humano. Crímenes y guerras se realizan para que las bolsas de valores mundiales sean saqueadas por unos o por otros. Mientras tanto, millones de mujeres, jóvenes, indígenas, millones de seres humanos de todas las razas y de todos los colores, sólo participan en los mercados financieros como devaluada moneda, la moneda de su sangre produciendo ganancias.
Hay quien se conforma con ser un número más en la gigantesca bolsa del poder, con ser esclavo. En cualquier parte del mundo hay hombres y mujeres que dejan de ser humanos y ocupan su lugar en el gigantesco mercado de dignidades. Pero hay quien no se conforma, quien no se vende, quien no se rinde. Hay quien se resiste a ser aniquilado y decide pelear. En cualquier parte un hombre o una mujer cualquiera se empeña en resistir al Poder y en construir un camino propio que no implique perder la dignidad y la esperanza. Ya no más que el poder le dicte los pasos y le decida la muerte. Un hombre o una mujer cualquiera responden a la muerte con la vida. Y a la pesadilla le responde soñando y peleando contra el neoliberalismo, por la humanidad…
Rápidamente, las sociedades nacionales se militarizan y los ejércitos, supuestamente creados para guardar fronteras, voltean los cañones de sus fusiles y los dirigen hacia dentro. Mientras más avanza el neoliberalismo como sistema mundial, más crece el armamento y el número de efectivos de los ejércitos y policías nacionales. También crece el número de presos, desaparecidos y asesinados en los distintos países. Cada país, cada ciudad, cada persona, todo es un campo de batalla más o menos grande; de un lado está el neoliberalismo con todo su poder represivo y toda su maquinaria de muerte; del otro lado está el ser humano.
Un mundo hecho de muchos mundos se encontró estos días en las montañas del Sureste mexicano. Se abrió espacio y se clavó en medio de la realidad de la Tierra para anunciar un futuro mejor. Pero, ¿qué sigue? Sigue el "no estoy conforme", el "soy rebelde". Sigue el eco: la posibilidad y necesidad de escuchar. El eco que reconozca la existencia del otro y no intente enmudecerlo. El eco de esta voz rebelde renovándose en otras voces, que se convierte en una red de voces que, frente a la sordera del poder, luchan por la humanidad y contra el neoliberalismo.
Es falso lo que los teóricos del neoliberalismo nos dicen: que todo está bajo control, incluso lo que no está bajo control. El poder nos teme. Por eso nos persigue y nos cerca. Por eso nos encarcela y nos mata. En realidad somos una posibilidad que lo puede derrotar y hacerlo desaparecer. Tal vez no somos muchos, pero somos hombres y mujeres que luchamos por la humanidad, contra el neoliberalismo. Desde cualquier realidad de cualquier continente. Somos hombres y mujeres que luchamos en todo el mundo. Somos hombres y mujeres que queremos para los cinco continentes:
¡Democracia! ¡Libertad! ¡Justicia!
Oración por la paz
Dada por Jorge Eliécer Gaitán el 7 de febrero de 1948 en la Manifestación del Silencio en la
Plaza de Bolívar de Bogotá, Colombia
Señor Presidente Mariano Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, para pedir que haya paz y piedad para la patria.
Yo, que pertenezco a un gran país cuyo pueblo es superior a sus dirigentes, al ver la muchedumbre de rostros morenos que están reunidos en esta plaza, he experimentado hoy una emoción que hace contraste con la sensación de angustia que siendo estudiante experimentara ayer, ante el dolor y la tragedia que se agolpaban sobre el alma grande de los herederos de Bolívar.
En todo el día de hoy, Excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas las latitudes —de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies— han llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: Aquí no se oyen aplausos: ¡Solo se ven banderas negras que se agitan!
Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en un silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.
Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración superior a la presente. Pero si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.
Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.
Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!
Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!
Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones sólo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!
Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!
Yo, capitán de multitudes de Colombia, vengo a contemplaros vibrantes y plenos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, irrumpiendo en esta plaza; y a decir desde esta tribuna que de ahora en adelante sólo habrá una voz que mande sobre esta tierra sagrada: ¡la voz del pueblo, por el pueblo y para el pueblo!
El hombre vale por su tenacidad. El hombre vale por la rotundidad que ponga en el amor a sus ideas. Nada puede detener al pueblo ni hacerlo vacilar y si un solo varón quedara de todos los que aspiran a ser libres; que ese hombre solo se sienta obligado a la batalla, porque yo diría que ¡vale más una bandera solitaria sobre una cumbre limpia que cien banderas tendidas sobre el lodo!
Últimas palabras de Salvador Allende Gossen
Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1973
Habla el Presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el gobierno, del gobierno legítimamente constituido, del gobierno que está amparado por la ley y la voluntad del ciudadano.
En estas circunstancias, llamo a todos los trabajadores. Que ocupen sus puestos de trabajo, que concurran a sus fábricas, que mantengan la calma y serenidad. Lo que deseo, esencialmente, es que los trabajadores estén atentos, vigilantes y que eviten provocaciones.
Tengan la certeza que haré respetar la voluntad del pueblo que me entregara el mando de la nación hasta el 4 de noviembre de 1976. La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de estado en que participan la mayoría de las Fuerzas Armadas.
En esta hora aciaga quiero recordarles algunas de mis palabras dichas el año 1971, se las digo con calma, con absoluta tranquilidad, yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado.
Pagaré con mi vida la defensa de principios que son caros a esta patria. Caerá un baldón sobre aquellos que han vulnerado sus compromisos, faltado a su palabra, roto la doctrina de las Fuerzas Armadas.
El pueblo debe estar alerta y vigilante. No debe dejarse provocar, ni dejarse masacrar, pero también debe defender sus conquistas. Debe defender el derecho a construir con su esfuerzo una vida digna y mejor.
Una palabra para aquellos que llamándose demócratas han estado instigando esta sublevación, para aquellos que diciéndose representantes del pueblo, han estado turbia y torpemente actuando para hacer posible este paso que coloca a Chile en el despeñadero. En nombre de los más sagrados intereses del pueblo, en nombre de la patria, los llamo a ustedes para decirles que tengan fe. La historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen. Esta es una etapa que será superada, éste es un momento duro y difícil. Es posible que nos aplasten, pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores. La humanidad avanza para la conquista de una vida mejor.
Compatriotas: es posible que silencien las radios, y me despido de ustedes. En estos momentos pasan los aviones. Es posible que nos acribillen. Pero que sepan que aquí estamos, por lo menos con este ejemplo, para señalar que en este país hay hombres que saben cumplir con las obligaciones que tienen. Yo lo haré por mandato del pueblo y por la voluntad consciente de un presidente que tiene la dignidad del cargo…
Quizás sea ésta la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron.
Ante estos hechos sólo me cabe decirle a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. Espero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición: la que les señaló Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctima del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena conquistar el poder.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra: a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de su preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha; me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente en los atentados terroristas, volando puentes, cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de los que tenían la obligación de proceder… La historia los juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa: me seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes, por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
Estas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que el sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!