La rana yace con su ceño fruncido
mientras la nube y la montaña se unen en éxtasis.
Sus párpados flotan sobre sus ojos, lengua adormecida
Sus labios remojados por el agua condensada
Su corazón palpita en sinfonía con las gotas del rocío
que durante la noche en su costado se han acumulado
compitiendo con la flor de loto que duerme junto al lodo.
Su barbilla se estira imperturbable
Emulando el ritmo de las hojas del otoño que navegan los aires
Su ombligo se amolda a la perfección de sus costillas,
Mientras el viento infla su vientre.
Sus manos forman un túnel que la desconecta del tiempo.
Rompiendo el hilo del apego
La rana, con principio, pero no final.
El mundo alrededor se ha detenido.
Una mosca levita sobre las hojas,
La mosca. La nada. La rana.
Le recuerda lo importante de que el estómago remilgue.
La lengua serpenteante arremete contra la mosca,
cómplice del viento de solsticio.
La mosca y la rana
Ahora son lo mismo.
La rana se convierte en espejo al buscar huecos en su mente.
Luego que su mente decidió escuchar las conversaciones en su cabeza.
Lucha contra las luciérnagas que intentan invadir sus huesos
Al fin, el incienso desprograma su cerebro
El espejo. El prisma.
La rana. La mosca.
Han desaparecido a otra vibración.