Muchos problemas sólo se solucionan con ideas locas o se deja de lado el sentido común. Eso hizo Einstein para explicar el universo.
Sabia usted que el ancho estándar de los ferrocarriles de casi todos los países del mundo se remonta a los tiempos del Imperio Romano? Aunque parezca increíble así es. En el siglo XIX los ingleses, inventore
s del ferrocarril, adoptaron el ancho de los ejes de los carruajes que, a su vez, utilizaban ese ancho de eje para transitar por los caminos británicos que se construyeron sobre las calzadas romanas, que a su vez tenían esa dimensión porque era la adecuada para acomodar dos caballos. Como quien dice, un par de caballos del siglo I establecieron la dimensión de los trenes del siglo XXI. Este es apenas uno de los tantos ejemplos que comprueban cómo la humanidad vive apegada a reglas que ni siquiera sabe de dónde vienen, que casi nunca se cuestionan y que, como señala el inventor y escritor Scott Thorpe, autor del libro Cómo pensar como Einstein, editado en Colombia por Norma, rigen la vida de cientos de generaciones.
Es cierto que Albert Einstein tenía un cerebro privilegiado y que no cualquiera se hace preguntas del tipo “cómo se vería el universo si yo viajara en un rayo de luz”. Sin embargo la mayor parte de las personas aceptan como verdades absolutas reglas adquiridas durante el aprendizaje y, cuando se requieren respuestas novedosas, estas reglas impiden solucionar los problemas.
Thorpe revela en su libro que una de las grandes diferencias que separan a un genio como Einstein de una persona inteligente es su capacidad de romper las reglas. “Einstein fue un infractor innato de todas las reglas del mundo, el James Dean de la ciencia”, señala. Revolucionó la física y la ciencia del siglo XX porque no le hizo caso a una regla establecida por Newton en el siglo XVII y que todos consideraban inmutable: el tiempo es absoluto.
Los físicos estaban desconcertados porque la velocidad de la luz siempre parecía ser la misma, sin importar si el observador se acercaba o alejaba de la fuente que la emitía. Sin embargo siempre fracasaron porque partían de la base de que el tiempo es absoluto. Einstein resolvió el asunto cuando imaginó que el tiempo podía fluir más rápido para un objeto que para otro.
De la misma manera que los físicos de finales del siglo XIX se estrellaron contra una pared infranqueable por no atreverse a cuestionar una regla de dos siglos de antigüedad, en la vida diaria la mayoría de las personas no encuentran respuestas a sus problemas por miedo a romper las reglas. “Pensar como Einstein funciona porque los mayores obstáculos para resolver problemas difíciles están en nuestra cabeza. Infringir reglas no es fácil. Por eso hay tantas personas inteligentes pero tan pocos Einsteins”, señala el escritor. De hecho, la innovación es una característica innata de los humanos que se pierde a medida que el individuo se amolda a la sociedad y recibe su educación. “Nuestro talento para infringir las reglas se atrofia porque nos entrenan para obedecerlas. Incluso las organizaciones que necesitan la innovación desalientan el pensamiento nuevo. Si alguien hace una sugerencia ‘loca’ en una reunión nadie dice: ‘Caramba, esa forma original de pensar puede llevar a una solución novedosa’. En lugar de eso hacen un gesto de incredulidad y vuelven a la discusión. Se nos ha enseñado a aprender reglas, usarlas y reverenciarlas”.Por ese motivo los niños y los novatos (entre ellos el propio Einstein) suelen ser más innovadores. Aún no han transformado sus ideas o las ideas adquiridas en reglas. “No fue el viejo profesor Einstein el que resolvió por primera vez los problemas del universo. El llegó a sus mejores teorías cuando estuvo aislado de la comunidad científica. Mientras trabajaba en la oficina de patentes en Zurich nadie dirigía sus investigaciones físicas. No había un comité que lo intimidara. No había un jefe de departamento que gobernara sobre sus ideas locas. No asistía a convenciones para saber lo que los otros estaban pensando. Einstein tenía la libertad para llegar a grandes soluciones”, cuenta Thorpe.
El sentido común es otro de los grandes obstáculos que impiden avanzar en la solución de los problemas. El mayor error de Einstein fue haberse dejado llevar por el sentido común. Sus cálculos le decían que el universo debía estar expandiéndose o contrayéndose pero, por sentido común, el universo era inmutable. Por ese motivo ‘macheteó’ sus ecuaciones y sólo las corrigió cuando los astrónomos comprobaron que el universo se está expandiendo.
Otra razón que inhibe el pensamiento creativo es el miedo a hacer preguntas. Por lo general se piensa que quien hace preguntas es ignorante y, además, la mayor parte de la gente prefiere callar antes de hacer una pregunta por miedo a que la califiquen de estúpida.
De hecho, de una premisa equivocada pueden surgir grandes descubrimientos. Colón pretendía llegar a la China navegando hacia el oeste en una época en que los barcos no estaban en capacidad de recorrer esa distancia. Por suerte se le atravesó un continente desconocido y esto evitó que él y sus hombres hubieran muerto en algún lugar del Pacífico.
Thorpe concluye: “Nuestra mente es una maravilla. Tiene capacidad casi ilimitada para crear y concebir. Puede que no todos seamos Einstein pero estamos más cerca del genio de lo que creemos. Todos podemos pensar como Einstein si sólo nos acordamos de infringir las reglas”.