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Fogata

"Para qué sirven los versos si no es para esa noche
en que un puñal amargo nos averigua."
– Pablo Neruda

Las montañas escupen neblina mientras
las alas del cóndor, expatriado por el frío, revolotean.
Donde el cuello de la ardilla se estira para poder tragar una nuez seca,
saco mi ancla, ignorando los instintos que nunca me han fallado.

Me concentro en el árbol que imita el sol
y en el arbusto que le roba el color a mi sangre,
Y se me olvida por completo mi intuición.
Me pregunto si el rocío seguirá distorsionando el color de la hiedra.
Si el follaje en el piso se pegará a mis pies descalzos.
Si mis ojos rebotaran otra vez con el sol que pronto zarpará.
Pero no he dudado por un momento gritar tu nombre en la oscuridad
o entre árboles desalmados.

Una corriente de viento convierte mis manos en estatuas.
Ya no falta mucho para que mi aliento se confunda con
las centellas grisáceas que bañaran tu pelo.
Para que tus labios apesten a fogata.
Y mi sonrisa se congele.

Mis ojos lagriman por la fricción con la realidad friolenta.
La sangre llega a mis ojos y mis pupilas empiezan a hervir.
Estoy aquí, clavado en tus ojos.
Intentando ver mí reflejo.
Mientras tus ojos combaten para no delatarte.
Cruzas tus brazos impenetrables pidiendo a gritos que los desenrede.

El agua rueda por el cerro y me he callado para escucharme.
Veo como todo cambia afuera de mí.
Pero aún me resisto. Inútil.
Estoy cómodamente adormecido.

Cuando me di cuenta, ya no estabas.
De que vale ver todo cambiar si tus ojos escamosos se escabullen.
Has depredado mis ojos hasta de una migaja de tu sonrisa.

Yo tan sólo te podré cohibir de mis versos.
Estos son los últimos para ti.
No te preocupes por mí.
He vuelto a aprender a respirar.