Por la arena mojada camina el navegante,
luego de circunnavegar montañas y mares.
Su alto silbido intrépido no deja huella alguna.
Oídos arden por el fuego que penetró sus poros.
Boca sedienta, intenta apoderarse del alcohol de la arena.
Pero escupe.
Su prisión sometida a audaces olas naufragaba.
Las agujas silenciosas del reloj clavándose en sus ojos.
Un rayo de sangre lo condenó al infinitesimal mar acústico.
Pero él se rehusó.
Estaba harto de vivir para sobrevivir.
Su vida sacrificada en el angustioso mar,
con fétidas botellas por la sal fermentadas.
El hedor lo alcanzó. A escupir no alcanzó.
Se rompe una vena.
Se mancha el cartón.
Las raíces podridas cayeron por la borda de su celda.
Por las nubes de la Atlántida voló solo.
En la arena se arrodilla el navegante.