La adrenalina se escapó de mis vértebras,
tras un chasquido voraz aunque imperceptible.
Ha llegado la noche de luna y mis párpados colapsan.
El silencio ya me ha invadido.
El agua se condensa adentro de mi garganta, bañándola de sudor.
Ahora, escucho los susurros de mi respiración,
acompañada de un abdomen que se funde con mi espalda.
Todos mis músculos andan completamente desasociados.
Quise decir, casi todos.
Un músculo se rebela ante el orden.
Mi corazón lanza un grito alborotado de nostalgia.
Mi mente vuelve a donde el tiempo no se queda quieto.
Mi cuerpo, aún navega sueños turbios con aves fénix y sultanes hambrientos.
Me levanta la estática por instinto.
Mi cuello ya no es navegado por la bilis roja
Y mis cejas son impregnadas con plomo
al alcanzar momentáneamente la inmortalidad.
Mientras observo la curvatura de mis ojos,
creando la ilusión del tiempo y de la gravedad.
Pero no duró mucho.
Cesa el crujir.
Se empieza a oxidar.
Sutilmente, el desasosiego se pregunta si están sepultándote en un ataúd atómico.
El universo deja de gemir si el miedo recorre tus nervios.
No fue un remolino, no.
Una soga atada a tu pecho te extirpa.
Las dimensiones convergen.
Todos los músculos vuelven al orden.
Tú vuelves a poder contraerlos sin usar dinamita
Has vuelto al sueño que no te deja dormir.
De la estática.